Epílogo
EPÍLOGO
Qué rico es despertarse así, con la lluvia
golpeando la madera de la cubierta y un cuerpo ajeno procurando la tibieza del
mío, espalda contra espalda y nalga contra nalga. Así nadie quiere despertar,
ni siquiera yo, y creía que tampoco él pero súbitamente trata de librarse de
mí, seguramente porque los otros ya se fueron; por eso me volteo y lo abrazo,
evito que se mueva, y lo estrujo así, para permanecer los dos juntitos. Pasa un
rato y me doy cuenta que se empieza a enfriar, ya hasta lo están enterrando,
¡tan bien que estaba! Ahora tengo que salirme de esta caja de muerto y buscar a
otro que me caliente los huesos.
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