La caverna en el cuerpo

Veo la boca que tibia
se desliza por la vena
que, hinchada, la recibe
tras la suave superficie.

Me pregunto si ella,
como yo, también esconde
algo que con el calor
se hunde, y con el frío
surge cual trozo filoso
de hielo, colgando
desde el techo de
mi mente adolorida.

Pensar, pensar, pensar,
excreta la mierda de
mi alma que, ya pura,
exhala con el ritmo
de la vena, todavía
indolora, que disfruta
la savia de la vida.

Apagado ya, en un
vaso de alcohol infecto,
siento que al fin
explota, y se queja,
y se vacía, hasta
colmar el abismo
sin fondo.

La vena ya no
ve su suerte oprimida
por la flexible piel
que se encoge y se
arruga. Ahora, ya no
veo a ciegas, veo
nada más mi sangre
regresar a la tranquilidad
interior del vacío.


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